viernes, 23 de enero de 2009


La Casa De Los Espectáculos.

“Todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de casa”, dice Gastón Bachelard, y cuando dice noción yo pienso en la realidad, en el plano concreto de las casas que habito y habité, pero no puedo dejar de pensar en el plano de virtualidad que contiene esta noción de casa, construido por mis pensamientos, pero sobre todo por mis ensoñaciones.

Yo les pediría que me regalen por un minuto la oportunidad de recordar la casa de su infancia. Cierren los ojos y recuerden.

Sería interesantísimo saber qué recordaron y cómo, eso nos daría mucha información de lo que para uno de ustedes es un espacio habitado.

Pensemos entonces que todo espacio teatral es un espacio realmente habitado, y que convive en nosotros en sus dos planos: el de la materialidad: condicionando nuestras producciones, y en su virtualidad: también condicionando nuestras producciones, obviamente.

La definición de la palabra espacio nos dice: “Medio físico en el que se sitúan los cuerpos y los movimientos, y que suele caracterizarse como homogéneo, continuo, tridimensional e ilimitado”.

Todo espacio teatral es espacio habitado, no puede ser de otra manera, por lo que a la luz de esta definición, creo que es más fértil sustituir la palabra espacio por la palabra casa.

Construir una profesión.
Construir una casa.
¿Hay alguna diferencia?
Si en un campo extremadamente rico y diverso (como es el mapa de los públicos posibles de un espectáculo), un albañil quisiera construir su obra, debería en principio demarcar el lote sobre el que va a trabajar. Medir de dónde hasta dónde. Dentro del lote, todo; fuera del lote, nada.
Menuda labor, para un hacedor de teatro, definir cuál es el "lote" del público sobre el que construirá su "casa". ¿Para quiénes construyo mi espectáculo? ¿Cuál es el espectador modelo, cuál es el que realmente lo verá?.
Luego de demarcar el terreno y cercarlo, nuestro albañil procede a alisar el lote, a intentar comprenderlo en su extensión y hacerlo uniforme para sus propósitos, o sea, ¿cómo generar en el "otro" la necesidad de “nosotros”? Es cierto que en el caso del albañil el alisado es anterior a la construcción; y en nuestro caso, alisado - construcción constituyen un núcleo interactivo que se auto-modifica y resignifica constantemente.
A partir de la contemplación del terrenito cercado y alisado, comienza para el constructor el primer desafío constructivo. ¿Hacia dónde orientar la casa? ¿Cuántas habitaciones tendrá? ¿Será de una planta o de dos?¿Cómo aprovechar óptimamente el espacio?
El teatrista en construcción se enfrenta en esta etapa a una difícil decisión: ¿qué historia contar? ¿Para qué? Y este momento, que es de una gran responsabilidad y libertad creativa, no se atraviesa sin angustias y temores. Pero, ya metidos en el baile, queremos bailar. Así que luego de muchos titubeos, queda decidido que haremos dos habitaciones grandes y una pequeña, con la puerta principal hacia el norte. Disculpen la obviedad, pero las obras en construcción se inician por los cimientos.
El albañil, dotado de su oficio, calcula la profundidad de los pozos y la cantidad de cemento. Los actores y el director, calculan las escenas que contarán aquella historia, e intentan crear una estructura firme y fija que sirva de cimiento. Porque la realización del espectáculo es sólo el inicio. El cimiento sobre el que se va a apoyar la experiencia de confrontación. El hecho teatral excede a la obra. El hecho teatral es obra y contexto. Es el pasado que dialoga con el aquí y ahora.
Construimos, entonces, el cimiento - espectáculo. Y en ese momento comienza la construcción de las paredes - experiencias que nos delimitan, y que constituirán nuestra casa. Las paredes son aquellas experiencias que inevitable, azarosa, y contundentemente sacudirán la estructura-cimiento-espectáculo. Las paredes serán construidas del lábil material de la confrontación con el público siempre diverso, los espacios disímiles, las circunstancias favorables, y sobre todo, las adversas. Pero una casa no sólo está constituida por techos y paredes. Porque habitar el tiempo no es sólo refugiarse de la intemperie y las estaciones. Por eso las aberturas son tan importantes como los cimientos. Las ventanas, los balcones, las puertas y los ventiluz nos permiten - dentro de un área de trabajo tantas veces desvalorizado, - imaginar nuevas teatralidades, construir un lenguaje, avizorar otras fronteras y recibir - sin intermediarios y sin que se corte la cadena de reacciones -, la potente, siempre impactante y vital respuesta directa de esos espectadores que emergen,-furiosos, desamparados-, desde las oscuridades, hasta nuestros ojos y nuestras acciones.


Valeria Folini

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